Sunday, October 11, 2009

Dime cuántos años tienes tú

¿Es la edad una cuestión meramente física? ¿No se trata tanto de una cuestión cultural, social, mental?
¿Somos acaso todos iguales a los trece años, y a los quince? ¿Qué tal a los 18? ¿Y a los 25?
¿Tiene la misma edad una chica de trece años que vive en Rwanda que una que vive en la ciudad de México, que una que vive en Texas? ¿Y qué tal lo siguiente: tienen los mismos trece años los chicos que viven en la colonia Lomas de Chapultepec y van al Colegio Americano que los que viven en Tláhuac y van a la Secundaria República de Cuba?
Pensar que la edad –por no hablar ya de la madurez sexual –es una cuestión homogénea es reducir el complejo entramado de los papeles sociales a una cuestión meramente fisiológica. Es tanto como afirmar que el origen de los comportamientos violentos y/o antisociales está solamente en la fisiología, y que por tanto, los criminales con tal o cual característica fisiológica o genética no son responsables en absoluto de sus actos.
La cuestión de fondo en el embrollo alrededor de la filmación de Memoria de mis putas tristes y el caso de Roman Polanski, es la razón detrás de las leyes que protegen a los menores de adultos abusivos.
Las leyes y los tratados internacionales sobre la protección a la infancia tienen que ser tan amplias que protejan a todos los niños, y por todos se entiende todos los que, tomando en cuenta su contexto cultural, social, mental y física, califiquen como tales.
Es verdad que hay “niños” y “niñas” de trece o catorce años cuya fisiología podría pasar por la de un adulto, y también es verdad que hay adultos jóvenes de 18 que aún no desarrollan las características sexuales secundarias que se identifican con la mayoría de edad.
Pero las leyes tienen la obligación de proteger a las mayorías, y es irreal pedir que exista una ley que tome en cuenta todas las miles de millones de variaciones en el proceso de crecer y desarrollarse: cada persona alcanza la adultez física, emocional y mental a su propio paso, en su propio tiempo.
Dichas leyes se basan en un consenso, más o menos acertado y aceptado, de que a tal o cual edad la mayoría de las personas ya habrán alcanzado la madurez suficiente para decidir sobre el uso y disfrute de su sexualidad. Tal rasero, tal supuesto, dejará fuera a muchos cuyo metabolismo, educación y contexto difieran de la media, pero de esta forma se asegura la protección de los derechos de la mayoría.
En ambas partes del reciente debate se ha hecho hincapié desmedido, por un lado, en las características fisiológicas de las víctimas (“se veía muy madura para su edad”, “ya tenía experiencia sexual”, etc.), y por otro, en que la edad cronológica lo es todo, como si mágicamente, al cumplir 18 años todos nos volviéramos adultos mental y emocionalmente.
Las leyes de protección de menores existen como resultado de consensos alcanzados a través de intensos debates y análisis, cualquiera que las viole tiene que estar sujeto a las penas decretadas por la sociedad, por el bien del cada vez más precario contrato social que nos une. Pero también es necesario recordar que la edad es una construcción social y cultural tanto como una cuestión fisiológica y mental. En los análisis y debates al respecto, tales consideraciones no deben ser soslayadas, siempre es sano que una sociedad se cuestione los supuestos de los que parte, a fin del alcanzar un mayor entendimiento de sí misma y su derrotero. Al mismo tiempo, las leyes deben aplicarse sin consideración alguna por cuestiones como la fama, el poder o la riqueza material.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

La construcción social de la edad, eso me gustó, sobre todo porque en general las personas, los científicos, los políticos etc. piensan en términos de sociedades adultas, y no en términos de la relación entre esas sociedades adultas y las sociedades de niños, de tal suerte que así construyen las reglas e instituciones para la protección de derechos, más aun su aplicación depende siempre de un juicio que se aleja de la cosmovisión de un niño sobre lo que es su cuerpo y sus sexualidad. La violencia que se siembra en la infancia permanece el resto de la vida, difícil tarea remontar los traumas que los adultos ocasionan a los niños. La única forma que encuentro para romper con esa violencia, no es culpando al otro o a lo otro, sino asumiendo en vida cotidiana, en las interacciones con los próximos la actitud que genere conciencia e inhiba, ojala para siempre, toda conducta nociva para un niño. Recuerdo ahora una canción de White Lion, “when de children cry”. Hasta pronto. Carlos

Wednesday, 11 November, 2009  

Post a Comment

<< Home